lunes, 2 de marzo de 2009

Idioteces

Todo empezó como una tontería la última noche que le vi. La atracción siempre había existido, al menos de mi parte, pero una amistad se interponía; sin embargo, el alcohol y las frustraciones pudieron más que mi conciencia, y el deseo afloró como una mera intención de arrancarle el oxígeno directamente de los labios.

Por suerte o desgracia nada sucedió aquella noche, aunque muchas otras noches siguieron. La presencia ya no era física, pero seguía siendo suficiente para hacerme suspirar y enrojecer. Entre indirectas perdidas tras una máscara de inocencia, dobles sentidos y palabras ligeramente acaloradas, surgió lo que yo más temía.

Porque el deseo no puede permanecer eternamente como tal. Una llama no puede arder eternamente, sin embargo las brasas calientan por mucho más tiempo, y el calor es más agradable. Y como todo el mundo sabe, una llama o se apaga o se convierte en brasa, y la nuestra no se apagó. Poco a poco las calidas palabras se tornaron en dulces, convirtiéndome en arcilla húmeda en sus manos.

Y es que dicen que un corazón de piedra es duro, pero no inquebrantable. El agua se cuela en las grietas de la roca, y al tornarse en hielo, la rompe sin remedio. Y yo quiero nadar en tus aguas eternamente.

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