jueves, 21 de noviembre de 2019

30

Treinta años. 

Treinta años de historia, locura, pasión, poesía, amor, desamor, huesos rotos y almas rotas, reflejados en mi cuerpo en cicatrices y estrías. En fotografías que guardo de noches eternas y días rápidos. 

Mi cabello rubio ya muestra canas, la arruga en mi frente de levantar la ceja desde que era bebe está cada vez más marcada. Los años de sentarme junto al teléfono esperando una llamada quedaron atrás. Los he cambiado por años sentada junto a mi amor y mi perra bajo una manta. Por músculos fuertes de caminar horas, bajo el sol o la lluvia, kilómetros sin fin entre árboles y montañas, entre mesas y cocina y la barra de un bar. 

He cambiado las barbies por bolígrafos, los dinosaurios por un teclado, pero el espíritu es el mismo: jugar, soñar, contar historias. Ahora tengo mi casa, y ya no leo historias a la luz de una linterna bajo las mantas para que mamá no lo sepa, las leo en el móvil bajo las mantas para no molestar a mi pareja. 

He cambiado, sí, mucho. Ahora estoy más calmada, respiro más y mejor, los años me han dado perspectiva, los problemas tienen otro tamaño. Y tuve problemas, problemas grandes, soledad, perder una casa (dos), mantener en mi vida a quien no debía, a quien no me quería, perder a algunos que quería mucho, que se fueron a donde yo no podía seguirles. Hubo gente que me hizo mucho daño, pero de eso solo quedan cicatrices y aprendizajes. 

He cambiado, pero ciertas cosas siguen igual. Mis ganas de vivir, mi sed de aventuras, sólo han crecido. Dormir bajo las estrellas, contando perseidas, perseguir tarántulas y cazar ranas, correr por las calles de Madrid, descubriendo rincones, y esas noches de besos a cuatro, de sexo sin miedos, aquella noche de moros con mi novio y mi no-novia, con alcohol en las venas y algodón en la cabeza. 

Treinta años, y eso me da miedo. Siempre he tenido miedo de estar malgastando el tiempo, de no estar viviendo cosas que luego me arrepentiré de no haber vivido, me asomo al abismo y me da vértigo. Por eso tengo que pararme de vez en cuando y hacer recuento, porque he vivido, estoy viviendo. Este año nos perdimos con las bicicletas, sin agua, bajo el sol de junio. Nos escapamos a Valencia una noche, a cantar karaoke y tocar Marte. 


Caminamos bajo las estrellas tras 30 km, ese día nos sentamos en un tronco, medio helados, y no muy seguros de dónde estábamos, sólo para comer un bocadillo viendo la niebla.


Pasamos 8 días comiendo comida hecha en un hornillo y durmiendo en una tienda de campaña que parecia una casa, en especial para las arañas, corriendo por el monte y follando casi en público, y jugando con pistolas de agua como si fuéramos niños. Y aquella noche de Enero que nos escapamos al campo a ver como caían estrellas fugaces, congelados y abrazados, en una noche sin luna, comiendo un bocadillo. He comido comida tradicional senegalesa.


Este año ha sido bueno. 

Treinta años hago mañana, y que sigan viniendo.